Al servicio de la música

Entrada original del día 20 de enero a la 01:51 horas, y suprimida (censurada) por Blogger tras "denuncia" yanqui (de la DMCA, Digital Millennium Copyright Act). Quitados unos pocos links de la llamada "tierra de la libertad", la dejo como estaba ¡y con MIS FOTOS!:
Jueves 19 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio (Oviedo): Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, Yuri Temirkánov (director). Obras de Prokófiev y Rachmaninov.
Buen arranque sinfónico para este año bisiesto al que todos tememos. La verdad que conciertos como el degustado en el ciclo carbayón son de los que hacen historia. Una orquesta fundada en 1882 que ha pasado por todos los regímenes políticos y peripecias sin perder nunca la exquisitez y buen gusto interpretativos, unida a Termirkánov, su titular desde 1988 que forman un bloque único, envidiable madurez y placer permanente sobre todo en el repertorio ruso que fluye siempre por sus venas y parece pasar de generación a generación hasta nuestros días, mezclando gente joven y veterana en conjunción de herencias centenarias para conseguir emocionar en cada nota asegurando mucha vida por delante a esta maravillosa orquesta, en gira por España e Italia.
La colocación de los músicos, estudiada para lograr la sonoridad exacta -espero que se vea en las fotos robadas con el teléfono al finalizar cada obra, por supuesto sin sonido-, con una orquesta enorme (qué envidia insana) llevada de la mano -mejor decir con las manos- de un auténtico conductor, palabra que me gusta más que director, pues el maestro ruso la lleva como quiere y por donde debe, sin abusar nunca de dinámicas excesivas, romanticismo contenido sin caer en lo explosivo o epatante. Esta vez disfrutamos del tándem perfecto.
Las obras elegidas (de dos Sergei) supusieron poder reconocer que aunque la música esté escrita, no siempre se oye toda y la importancia de escucharse todos, compartir cada sonido conducidos con el gesto de Temirkánov que dibuja en el aire lo que tiene que primar. Sólo una formación de la que emana música por cada poro en todos y cada uno de los músicos que la integran, ensamblados con "su director" con el que comparten todo, puede lograr momentos de gozo para el oyente sin olvidar el servicio a la música escrita que renace al sonar con ellos.
La primera parte llena con Prokofiev y nueve números de Romeo y Julieta, Op. 64 (versión de 1938), sabiamente elegidos para su interpretación sin pausa, comenzando con la "Suite nº 2", Op. 64 ter, encabezada por Montescos y Capuletos, un arranque sin complejos y mandando sonoridades compactas pero claras, para ir desgranando La joven Julieta, Danza, auténtico placer poder escuchar unos bronces vaporosos y potentes, claros y sin estridencias, Romeo y Julieta antes de partir, Danza de las doncellas de las Antillas, Romeo ante la tumba de Julieta, toda una montaña rusa de sentimientos, pinceladas pequeñas superpuestas pero claras, delineadas para poder disfrutar cada capa sin perder nunca de vista el conjunto. Cada solo era un regalo al oído y una lección interpretativa, pugna sana en el buen hacer, donde el protagonismo pasaba de unos a otros con toda naturalidad. Igual sucedió con la "Suite nº 1", Op. 64 bis desde la Escena a las Máscaras para finalizar con la Muerte de Tybalt, conocedores del contenido dramático bien organizado para buscar el clímax siempre contenido de un final sin esperanza tan del gusto de Shakespeare. Maravilloso cada gesto, siempre característicos del maestro de Nálchik, guiños a sus músicos y compañeros de viaje, transmitiendo una vitalidad y buen hacer desde un atril que le acompaña hace años cual varita mágica que no necesita para obrar el milagro del trabajo acumulado, marcando con la mano estirada o dibujando con cada dedo las notas que llegaban, compartiendo el discurso con todos.
Segundas partes también suelen ser buenas, contradiciendo el refranero del que tanto abuso, y la Sinfonía nº 2 en Mi m, Op. 27 (Rachmaninov) es otro monumento al romanticismo bien entendido, con los necesarios toques sensibleros muy similares a su segundo concierto para piano pero con todo el poderío orquestal. Aunque en las notas al programa Miriam Perandones hable de una sinfonía clásico-romántica, yo prefiero calificarla de cinematográfica por la cantidad de imágenes evocadoras en sus cuatro movimientos, bien contrastados pero con un nexo común que el nacionalizado estadounidense deja como firma propia sin olvidar las raíces rusas de buen gusto melódico e instrumentación rica en tímbricas todavía muy vigentes para el séptimo arte. Sigue respigándome el Adagio y si la orquesta que lo interpreta suena como la de San Petersburgo, la lágrima estuvo a punto de salir. El Allegro vivace me devolvería a tierra pero sin perder esa sana angustia vital que emanaba en las obras de los rusos interpretadas desde el conocimiento, cercanía y excelencia casi divina con Yuri el profeta conduciendo a sus hombres y mujeres por la estepa musical.
Aunque eran las diez de la noche y cierto público se marcha como si estuviese programado (recuerdo las seis propinas de San Sokolov que se perdieron), todavía quedaban dos regalos y nada rusos pero totalmente románticos: Salut d'Amour (Elgar) donde la cuerda volvió a enamorar, y el tributo a España con un arreglo orquestal del pianístico Tango Op. 165, nº 2 de Albéniz, realmente una habanera no precisamente fácil de seguir ante los rubati algo exagerados pero con buen gusto del genial conductor, siempre agradecido al público y sus músicos. La primera vez que le vi en directo ambos teníamos el pelo blanco, pero madurez en su caso es sinónimo de calidez además de calidad sin perder un ápice la emoción. Sigo admirando a Temirkánov, y al igual que había la liga de los sin bata, también crearemos la de los conductores sin batuta... (y recuerdo de Luis G. Iberni). Distintos pero no distantes.
P. D.: Crítica breve de Ramón G. Avello en El Comercio, y sosegada además de exquisita, de Aurelio M. Seco en LVA.

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