Compartir a cuatro manos

Lunes 2 de marzo, 20:00 horas. Salón de Actos, Casa de la Música (Mieres). Dúo Wanderer (Francisco Jaime Pantín y Mª Teresa Pérez Hernández, piano a cuatro manos). Obras de Mozart, Schubert, Grieg y Dvorak.
Emulando el "grandonismo" y a la vista de la prensa regional, Oviedo es casi un barrio de Mieres (o viceversa), porque realmente hoy no hay distancias y es de agradecer cualquier oferta musical en la llamada área metropolitana de Asturias. Si el marco del concierto es el Conservatorio local, aún sin reconocer su nivel profesional por parte de la Consejería del ramo, ubicado en la llamada Casa de la Música, el público acude y llena la sala, como sucedió este primer lunes de marzo, contando además con dos profesores vinculados a este centro, al que tienen presente para sus actuaciones.
Y es que parecen volver los dúos de piano (aunque siempre están en los programas), funcionando bien en la versión a cuatro manos con repertorio propio o adaptaciones que en muchos casos suponen el primer acercamiento al mundo sinfónico, y es que las sonoridades logradas con estas obras es lo más parecido a una orquesta reducida. Interpretar estas partituras siempre comento que exigen de ambos pianistas mucho más que ensayo y renuncias, sacrificio del pensar en común, sentir lo mismo para alcanzar esa grandiosidad con veinte dedos y una sola idea. Si la convivencia es diaria está claro que hay mucho terreno ganado, pues damos por supuesto que la música corre por las venas de ambos, y en el caso del Dúo Wanderer respiran música por los cuatro costados.
Hay estudios sobre el efecto positivo que las obras de Mozart tienen en las embarazadas, por extensión a todo ser humano, y especialmente las obras a cuatro manos. El Andante con variaciones en sol mayor, k. 501 es un claro ejemplo de esta escritura original que necesita planteamientos diáfanos, claros, equilibrados en sonoridades y discurso presente, terapéutico podríamos decir. Así resultó cada variación, diálogos reales entre los registros agudos (a cargo de Maite Pérez) y los graves (con Paco Pantín), equilibrio equívoco en apariencias y entretejidos complejos desde la falsa simpleza del niño prodigio. Maravilloso ejercicio de solidaridad musical, de afectos y efectos, de compartir entre todos.
Schubert es la seña de identidad de este dúo asturcanario, y el Divertimento a la Húngara D. 818 otra joya del no siempre reconocido compositor vienés. Los tres movimientos son un catálogo melódico y armónico lleno de lirismo y virtuosismo, diversión y contrastes rítmicos, evoluciones y revoluciones románticas, con la mirada puesta en los aires de moda en aquellos tiempos dentro de las veladas conocidas como schubertiadas, los salones humanistas que tenían la música como epicentro. El Andante parece preparar el ambiente, calentando más que dedos en un derroche sonoro que se agranda en la Marcha, sabor zíngaro más que húngaro, rico en cada detalle, poderío en la zona izquierda, brillo en la derecha, balanza sin fiel y fiel al espíritu del bueno de Franz, antes de rematar con un Allegretto característico de toda su obra camerística como laboratorio de pruebas sinfónicas, la posibilidad que cuatro manos en el piano tienen como microcosmos que la pareja Wanderer entienden como uno, el Schubert como música pura.
La segunda parte supuso avanzar en tiempo y estilo con una transcripción del conocido "Peer Gynt", Suite nº 1 op. 46 (Grieg), reducción orquestal con claro sabor pianístico de sonoridades cercanas a Tchaikovsky, exploración sonora y técnica donde una mano deja paso a dos (no necesariamente del mismo intérprete pero sí una sola interpretación) enlazando las cuatro danzas con el misterio numérico del propio número cuatro, dos veces dos, ánimos y espíritus, Por la mañana de sonidos casi intuidos y delicados, La muerte de Ase oscura y diseñada en el grave con toques de esperanza, la Danza de Anitra de nuevo con aires rusos de ballet sinfónico en cuatro manos, y En el palacio del rey de la montaña como conclusión en una vorágine dinámica y rítmica de menos a más, un contínuo crescendo y acelerando que exige total entendimiento entre los dos intérpretes para encajar a la perfección una obra compleja.
Las Danzas eslavas (Dvorak) como bien me explicaron los maestros, son originales para cuatro manos antes de la versión orquestal más conocida, por lo que la riqueza del piano es fácil elevarla al mundo sinfónico, pero la dificultad que entrañan es enorme y nuevamente muy exigente para el mundo camerístico en su versión plena de paleta sonora. Primero escuchamos las Danzas eslavas op. 46 nº 6 y nº 8, reparto de papeles protagonistas con momentos de lucimiento en ambos pianistas, matices ricos, tiempos donde el rubato siempre debe estar controlado, aires de la Europa oriental sentidos más cercanos con la música, y después las aún más comprometidas Op. 72 nº 2 y nº 7, toda una lección magistral del Dúo Wanderer, exprimiendo el instrumento al máximo desde un virtuosismo necesario para volcar un universo más allá del sentimiento popular, cortando la respiración de un público siempre atento, muchos estudiantes que asistían a esta clase extraordinaria donde el aprendizaje no tiene precio.
El orgullo de compartir música entre intérpretes y público se amplió con las dos propinas del Moderato y Allegro comodo (segunda y cuarta de las Cinco danzas Españolas op. 12 de Moszkowski, originales para dueto de piano aunque también orquestadas posteriormente), para seguir jugando con el dos en una nueva muestra de generosidad por parte del matrimonio pianístico tras recibir un ramo de flores y un detalle de manos de dos alumnos, siempre agradecidos de que Paco y Maite sigan teniendo a Mieres en sus agendas.

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